diumenge, de setembre 11, 2022

El libro del sepulturero (Oliver Pötzsch)


Novela negra, de corte clásico, que nos transporta a la bulliciosa Viena del año 1893. "El libro del sepulturero", de Oliver Pötzsch (Munic, 1970), arrasa en toda Europa, con más de tres millones y medio de lectores. Retrata una época en el que todo cambia de manera vertiginosa y muchos todavía no están preparados para ello. El joven inspector Leopold von Herzfeld intenta incorporar nuevos métodos, pero solo encuentra desconfianza.

Es el inicio del teléfono, de la electricidad, del automóvil, de la fotografía, del cine... Los avances tecnológicos pueden ayudar a resolver los crímenes. Nuevos métodos de investigación, mejores resultados. Somos testigos de la revolución total en la historia de la criminalística. En medio de este panorama embriagador, Leo tiene que luchar contra viento y marea para atrapar al brutal asesino de la estaca. A la primera víctima, una joven sirvienta, la encuentran en el parque Prater, con un gran corte en el cuello. No hay pistas y su manera de actuar no convence a su responsable directo, el antisemita Paul Leinkirchner, un policía hecho a la antigua, duro y con pocos amigos. Está decidido a hacerle la vida imposible al recién llegado. ¡Por sabelotodo!

Paul contará con la colaboración de Julia Wolf (operadora de la central telefónica de la policía) y con Augustin Rothmayer, sepulturero del Cementerio Central de Viena. August está escribiendo el "Almanaque del sepulturero". Potzch empieza la mayoría de los capítulos de su libro con párrafos del almanaque. Estamos ante una novela intensa y con mucho ritmo, que siempre sorprende. Su banda sonora serían los valses de Johann Strauss hijo, con el "Danubio azul a la cabeza". De hecho, un hermanastro del compositor tiene un papel destacado, con falso suicidio incluido. En resumen, misterio, crímenes, prostitutas y un montón de secretos en una ciudad moderna y a la vez asediada por la miseria. Una Viena que atrapa a Leo y no le deja escapar. 

"El objeto era una estaca afilada, que Leo sostenía con cuidado con las puntas de los dedos. Tenía unos treinta centímetros de longitud y estaba hecha de madera dura. La sangre la había oscurecido, pero todavía podían distinguirse unas letras talladas. 
—Domine, salva me —leyó Leo en voz alta—. Sálvame, Señor —tradujo. Se volvió entonces hacia el hombre calvo del cigarro que, a diferencia de lo que sucedía antes, ahora parecía más tranquilo—. Quizá deberíamos asegurar algunos indicios más —le dijo—, incluso sin la presencia del juez de instrucción. ¿Qué opina? —Le entregó al compañero la estaca afilada y ensangrentada, en cuya superficie había pegados algunos pelos negros y rizados—. Pero, por supuesto, usted está al mando, inspector jefe".

@Jordi_Sanuy